miércoles, 31 de octubre de 2007

Capitulo 5: Una sonrisa evancesente

La tarde se movia rauda hacia la noche, o al menos asi pensaba él, claro que nada le parecia muy claro ese dia, despues de todo se habia acostado con su ex-novia muerta esa misma noche, no, la noche pasada, estaba otra vez cambiando los tiempos, creando deja vus falsos, era bueno en eso de crear, por eso leia tan poco y escribia como lo hacia, bien, con ambos pies en la tierra al mismo tiempo y bien, al menos asi decia su abuelo antes de volverse senil. La casa estaba frente a él y el sol a su espalda, alargando su sombra hasta tocar la reja, hasta invadir la propiedad conocida desde siglos y tan amada, empezo a respirar como le enseñaron en tai chi y toco el timbre, lo siguiente fue una secuencia bien planeada y diseñada. La puerta se abrio mostrando la cara de la empleada de turno, la cual lo reconocio de inmediato y lo dejo entrar, dandole el saludo mas cordial jamas dado, le indico la habitacion de su amigo, la puerta estaba abierta, y el estaba sentado en el marco de la ventana, pintando, el humo de un cigarro se elevaba de su mano derecha, pintaba la nieve en negativo, con una mujer sentada en el medio, todo rodeada de azul, blanco, negro y sus tonalidades, y ella ahi, con el vestido largo color naranja que tan bien le quedaba, ese vestido que usaba cuando la conocieron.

Era, es casi tres años atras, en su colegio, el baile de inaguracion del año, ellos incomodos con sus trajes y ellas fuera de lugar con sus vestido exagerados, ahi en un rincon estaba Daniel e Ignacio, los dos ajenos de todo, uno sentado en el suelo y el otro riendo parado a su lado, Ignacio habia hecho un dibujo de todos los presentes atonitos ante la desnudes de la octogenaria directora, Daniel lo tomo y saco un poco de cinta adehesiva y lo pego en la pared del salon, nadie sabia que Ignacio dibujaba, excepto Daniel, y era solo para no tener q dibujar para el resto, era su arte, asi lo llamaban, uno dibujaba una historia y el otro pintaba un cuento, y asi se la llevaban, rodeados de ese humo infernal como decian las monjas, y todo iba igual que el año pasado hasta que la vieron, con ese vestido naranja, que la hacia parecer incomoda y fuera de lugar, pronto aprendieron su nombre, Elisa, pronto aprendieron que no le costaba nada sacarse ese vestido y cambiarlo por un par de jeans y una polera de maiden, que ella se uniria al grupo con sus fotografias absolutamente bizarras dentro de su normalidad, y ellos se retratarian cada uno a su manera, como yo lo hago ahora.

Daniel prendio un cigarro y se acerco hasta su amigo, le revolvio el cabello y le beso la coronilla, tarde mucho en venir dijo, el otro mudo, pero es que no podia verte, no le pidas aire al vacio sabes eso, nisiquiera sus dichos, los que no llegaron a explicarle a ella lo sacaban de su pintura, pero ahora necesito tu ayuda, mi condicion no me ayuda y la veo como si aun estuviera aca, y creo que tu sabes de lo que hablo.

martes, 30 de octubre de 2007

Capitulo 4: Siempre tendremos esta ciudad

El humo llenaba la habitación, la risas la cubrían desde el suelo hasta el techo, creando una pared invisible que lo separaba del resto, Daniel estaba ahí, solo, sentado en el borde de un sillón riendo con sus amigos, fingiendo reír con sus fingidos amigos, no era que no los quisiera, en otra época había aprendido a quererlos, pero habían pasado tantas cosas desde entonces, y ellos lo sabían, estaba todo el grupo de antes, casi todos, solo faltaba Elisa, la mujer que lo seguía en sueños y sombras, e Ignacio, su mejor amigo, el único que podía ayudarlo, y el único que se negaba a verlo. Daniel cerro los ojos un segundo y repente sintió su aroma, ese perfume fresco y alegra que conocía de memoria, Elisa. Elisa estaba ahí frente a el, nadie parecía percatarse, y sentándose en su rodilla le dio un beso, Daniel se dejo caer hacia atrás, sus pensamientos se arremolinaban, algo estaba mal, el lo sabia, pero no quería pensar en eso ahora, no quería dejar de besarla, recorría cada parte de su cuerpo conocido con sus manos, sus muñecas flacas, su espalda perfecta, su cintura suave, y derrepente ella se levanto y camino por el pasillo, dejándolo solo un segundo, para reaparecer solo su cabeza luego en la esquina del corredor, llamándolo con la mirada y dedicándole una sonrisa fugaz.


Las mentiras tenían una forma muy cruel de presentarse ante Daniel, se presentaban en formas de verdades evidentes, antiguas y reverenciales, venían siempre en blanco y negro, con esa voz aspera de galán de los años 40, envueltas en exceso de humo y gin, y siempre usaban los mismos nombres para presentarse, Creencia, Fe, Certeza, Amor. Esta ultima venia ahora, descaradamente envuelta en la piel de su amada, el problema es que ahora no le creeria, a pesar de ver el tatuaje en la muñeca que él le había acompañado a hacerse, a pesar de sentir su perfume, a pesar de ver la pulsera con el centro de la moneda que el tenia colgado en su cuello, esa pulsera que había marcado un año, amarrada ahí, en su brazo izquierdo, extendido, llamándolo. Las mentiras tenían una cruel forma de presentarse ante Daniel, ya que lo hacían siempre con la misma frase "Siempre tendremos esta ciudad". Y siempre había sido un tonto por las frases repetidas.

Pensó que era una de esas mañanas frías, de esas que nadie quiere enfrentar solo, pero luego recordó a la persona a su lado, a su adorada Elisa, y abrió los ojos para verla, pero no era ella, no era su aroma, no era su piel, no era ella la que yacía allí desnuda dormida entre sus brazos, era otra mentira, pero esta había sonado real, y un nombre se le vino a su cabeza dolorida, un nombre que ahora le sonaba distante, casi trágico, y demasiado amargo para pronunciarlo, sin hacer ruido se levanto con cuidado para no despertarla, y salio lentamente de la pieza solo para ver a sus amigos durmiendo por todas partes desparramados por el departamento. El lugar apestaba a vomito y humo, el hedor le golpeo la cara y le revolvió el estomago, pero se siguió moviendo, recuperando su chaqueta con cuidado, sintió una mirada de reojo y se dio vuelta y vio a unos de los tipos en el suelo sonreirle como un complice antes de caer inconsciente otra vez, Daniel sintió que la rabia se apoderaba de el otra vez, la sintió trepar desde su corazón e invadirle todo el cuerpo, cerro los puños y se trago el grito que tenia hace días pegado en la garganta, y salio del departamento, estaba dispuesto a terminar esto hoy, y sabia quien debería darle todas sus respuestas, y cualquier cariño que le tuviese en tiempos pasados, desapareció bajo el odio y la rabia.

martes, 2 de octubre de 2007

Capitulo 3: La sombra de Greta Garbo

Era una mañana fría, de esas que nadie quiere enfrentar solo, la nieve cubría el paisaje afuera de su ventana, y el joven yacía ahí, en la cama, desnudo y tapado hasta el ombligo, con un ojo abierto mirándola perdidamente, su respirar pausado, su leve movimiento de ojos, su suave mano depositada levemente en su pecho, llevaba en esa posición por incontables segundos, con miedo a moverse y despertarla, a hacerla recordar su presencia, por un minuto fugaz pensó en dar vuelta la cara y hundirla en la almohada esperando despertar como todas las mañanas solo, pero sabia que no pasaría, la miraba estar ahí, serena, tranquila, y se lamentaba como siempre dejarla con el alma rota, con la mirada perdida, buscando su silueta al abrir los ojos, pero no podía evitarlo, no la quería tanto, la quería como quería a su música, de forma suave y automática, la quería para evitar la soledad, para sortear la agonía de encontrarla a ella, a la sombra que lo estaba persiguiendo desde aquella tarde en la plaza. Se levanto lentamente, tratando de hacer el menor ruido y camino por el borde de la cama buscando su ropa, se vistió en el pasillo y salio del departamento lo mas rápido que pudo, pero antes de cerrar la puerta se dio vuelta y susurro con un dejo de cariño "disculpame" y dejo un beso flotando entre sus labios.

Hacia días ya que el aire estaba frió, la nieve se negaba a irse y el sol había renunciado, no recordaba desde cuando no veía eso, y los diarios de la ciudad no se cansaban de repetir el milagro día tras otro, la gente caminaba alegre sobre la inocencia del clima, y los indigentes buscaban refugio en los lugares mas recónditos de los callejones, lejos de la blanca muerte. Daniel no se percataba de estas cosas, el caminaba, con sus sentidos centrados en la música que llenaba sus oídos y en el cigarro que le abrigaba los dedos, con pereza abrió la puerta de su casa y paso al patio trasero, se sentó bajo el gran duraznero que siempre lo escuchaba. En su calidad de hijo único de padres ausentes, había logrado desarrollar una dependencia de ciertos objetos inanimados que le servían de soporte y escuchas, cuando era niño, cuando no entendía mucho mas de todo esto, les hablaba con una voz fuerte y clara, a el árbol y al perro, y ambos parecían escuchar atentos y responder en el minuto exacto, uno con un ligero movimiento de cabeza y un roce en su mano, el otro hablaba con el viento en sus ramas y las hojas que le botaba sobre la cabeza, pero ahora solo se sentaba ahí, bajo un árbol sin hojas ni frutos, y con la cabeza de Kaiser apoyada en sus piernas, pasaba su mano perdidamente por el pelaje del animal, y sin darse cuenta decía su nombre una y otra vez bajo su aliento, Elisa. Elisa. Elisa.

Los días tenian cierta forma de pasar que los hacia parecer una película antigua, la forma en que la nieve hace indistinta la noche del día, o la manera que la ausencia de hojas en su jardín hacia cada día igual al anterior, o la manera en que cada noche se repetía de manera viciosa, cada noche eran las mismas caras, cada noche los mismos vasos y canciones mal cantadas, las mismas respiraciones cortadas y cada mañana el mismo sentimiento de culpa. Sus amigos no dejaban de llamarlo, y el no dejaba de mentir, lo llamaban todas las noches, todos, excepto uno, el que mas importaba, el único que sabia la verdad, de él ya no sabia nada, no esperaba saber tampoco, pero aun así le dolía. Y la sombra de Elisa se deslizaba bajo la puerta, y por primera vez en mucho tiempo, Daniel sentía algo, sentía miedo, un miedo irracional a encontrarla, aun sabiendo que eso era imposible, un miedo seguía siendo un miedo, y su único amigo no llamaba.